jueves, 25 de noviembre de 2010

AFSANA


Húmedo, denso, caliente. Vaho. El agua resbala por la piel lentamente. Por el hombro, los senos descubiertos, recorre el pezón duro, merodea el ombligo, luego la toalla de cuadros, y se pierde hasta el suelo. De un mármol centenario. Blanco y gris. Todo igual. Las paredes, las pilas y las fuentes. Pero los grifos no, los grifos son dorados. Hay varios repartidos por cada pared y no paran de escupir agua hacia abajo, hasta el charco de la bañera que forma ondas hacia los lados. Y el agua rebosa y no consigue retenerse entre las paredes templadas y también cae abajo, juguetona.

Mis pies desnudos se deslizan por el suelo mojado, como bailando un vals con el agua y con el vapor, que se revuelve cuando muevo las piernas, y forma remolinos. Camino por todo un mundo mojado con miedo a resbalar y pienso en todas las miles de mujeres que han sentido la misma desconfianza al pisar este mármol empapado. La misma superficie pero distinta agua.

Dejo atrás un espacio y atravieso una puerta sin puerta hacia una nueva zona. La niebla también predomina en el ambiente y el calor dificulta la respiración pero me siento como un pájaro volando al límite de la atmósfera.

Una ojeada y veo a una gran señora que espera sentada en el ángulo de las dos paredes. Viste un bañador negro que le cubre hasta la cintura, los tirantes caen hacia abajo y deja los pechos al descubierto. Se levanta al verme y me da la bienvenida con una sonrisa amigable. Desprende respeto y admiración, y muestra su cuerpo secreto con naturalidad.

A sus espaldas reposa una tinaja de color plata que recoge con delicadeza y sacude en el aire. Las gotas rebotan en el mármol y resuena por toda la sala, con eco. Me siento en una película de terror en medio de una cueva escuchando el vacío.

La contundente señora rellena la tina de agua con el grifo plateado, ¡¡¡Splash!!! Doy un brinco al notar cómo el líquido frío explota contra mi cara. Y no puedo abrir los ojos durante unos segundos y se me erizan los pelos y todo, por el calor del vaho. Consigo enfocar mi retina y a través de una cortina de gotas contemplo cómo la mujer sacude un trapo cubierto de jabón blanco. Su cuerpo también se zarandea de un lado a otro y su cara se arruga y se muerde el labio de concentración. Frota la tela para conseguir una pasta espumosa que le cubre todas las manos y que le salpica gotas blancas por su piel.

Salgo de mi película con otro golpe de agua en todo el cuerpo, y esta vez me río. Decido poner nombre a la mujer y así convertirla en compañera. A falta de palabras, Afsâna me señala un pedazo de mármol del suelo e indica que me tumbe. Yo le hago caso y noto cómo la piedra caliza se me pega en la espala como una babosa gigante. Siento cosquilleo en la planta del pie y me incorporo para ver qué pasa. Afsâna masajea mis dedos a conciencia y con todo el jabón del mundo. Me relajo. El agua atraviesa mi piel y la espuma purifica mis poros.


(Parte I)

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