martes, 7 de septiembre de 2010

Momentos estelares


Lo conocí cuando empecé a trabajar en esa oficina de mala muerte. Tan sólo descolgaba el teléfono, citaba a los clientes, ponía en marcha asuntos importantes y luego los reunía en la sala. Todos en las butacas alrededor de esa imponente mesa brillante llena de papeles. Yo exponía mi tema sobre unos tacones de vértigo que pretendían dar un toque de elegancia, pero con los que creía caer al vacío a cada paso. Se trataba de un buen puesto de trabajo en el que no encajaba.

Él no estaba ni en las reuniones ni en la oficina. Éramos colegas de trabajo y nos limitábamos a zanjar temas por teléfono. Yo le vendía publicidad y él intentaba encajarla en los huecos de su programa. Con el tiempo coincidimos en algún acto e intercambiamos algunas palabras sin interés, puro protocolo.

Una mañana, entre un desbarajuste de papeles, vi colarse un mail caprichoso entre el correo no deseado, “¿Quedamos?, no sé si podré soportar no verte en los eventos” Por aquel entonces yo había logrado dejar ese trabajo y estaba a la espera de colocarme en otro que me ofrecía más expectativas fuera de aquí. Me sorprendió su sinceridad virtual y su manera directa de declararse, pero no le di más importancia y por defecto profesional le cité, “Te veo mañana a las 8 en el bar de la Plaza Elíptica”.

Cuando llegué él ya estaba allí. Esperaba en la última silla al lado de la ventana y miraba cómo la lluvia empapaba el cristal. En la mesa reposaba un café por terminar y un cigarrillo humeante le acariciaba la cara, como en las películas. Me gustó la imagen y me acerqué a lo Audrey Hepburn con aires de grandeza aunque algo torpe.

- Vaya, pensaba que no vendrías…

- Pues sí, aquí me tienes.- respondí como quien no quiere la cosa cuando en realidad no pude ser más puntual.

- Mi mujer y yo estamos pasando una mala racha…

- Aha… - no supe qué decir ante tanta franqueza.

- Tengo 35 años, dos hijos y un matrimonio de 15 años que se está yendo a la mierda, - apagó el cigarrillo sin terminar y soltó el humo de un resoplido.- hemos intentado de todo pero ya no es lo mismo…

- Eso pasa mucho hoy en día…- alcé la mano hacia el camarero y por poco le pido un whisky doble.- Un cortado por favor…..

Siguió hablando y yo intenté poner las cosas en su sitio mientras fingía prestarle atención. “Es casi 10 años mayor que yo, acabo de aterrizar en el mundo de la responsabilidad y ahora él, al que he visto apenas dos veces, me habla como si de una sesión de terapia se tratase”.

- …cada vez que lo pienso lo tengo más claro…- la frase me retumbó en la cabeza, volví a la conversación y asentí muy convencida mientras hablaba.

- ...además, desde que te vi supe que eras diferente, que podemos congeniar…- en ese momento me dio la sensación de haber perdido el hilo..

- Pero ¿qué dices? Si ni siquiera te conozco..

- Lo sé, pero a veces esas cosas no hacen falta para saber que puede ir bien, y ahora que sé que te vas, se me cae el mundo al suelo. – me recoloqué en la silla y presté atención. La cosa se ponía interesante y volví a verme en el papel de Audrey.

- Eres guapa, inteligente, simpática y super educada por teléfono, eso sí, educadísima…

- Bueno, así debo tratar a los clientes…- luego cerré los ojos y disfruté notando cómo sus palabras rebotaban en mi cara suavemente, guapa, alucinante, especial… tras varios piropos la cosa empezó a ponerse seria y salí de la película para volver a la realidad. “Este tío se me está declarando en medio de un bar, ¡y va en serio!”.

- Te invito a mi casa, estoy sólo. – me atraganté con el café y al primer aspaviento me salió un poco por la nariz. ¡Joder! Cogí una servilleta y me limpié la boca - Nyosfé… - balbuceé.

- Sólo será esta noche, no sabes las ganas locas que tengo de tenerte cerca, de dormir contigo y sentir tu respiración en la nuca…

- Qué poético.- se me escapó.

Pasó un buen rato sin darme cuenta. Él cogió otro cigarrillo del bolsillo y se lo encendió a cámara lenta. No soy partidaria de las infidelidades ni me gustan los hombres lloricas cuando lo tienen todo. Pero en ese momento dudé y pensé, qué coño, ¿por qué negarle un capricho a un hombre tan consentido?

Luego una elipsis de tiempo me transportó al recibidor de su piso. Limpio, ordenado y decorado con gusto femenino. Caminé en silencio por el estrecho pasillo y me fijé en todo. Las fotos de su mujer que cubrían las paredes me mantuvieron absorta durante unos segundos y no pude evitar fijarme en su atractivo, ¡Parece mentira que un hombre pueda olvidarse tan rápido de la belleza de la mujer con la que duerme cada noche y a la que un día le declaró tooodo su amor! Pasamos el baño y él se perdió en la cocina. Yo llegué al salón y me estremecí. El rincón de la derecha, junto al sofá, se había convertido en un fuerte comanche donde los juguetes rebosaban desordenados: un coche teledirigido descansaba contra la pared, un G.I Joe dormía boca arriba en posición amenazante, unas piezas mantenían en pie la pared de un castillo a medio hacer, y un oso de peluche me miraba con un solo ojo amenazador, “¿estás segura?…”. Di un brinco y giré la cara, ¡pero qué porras hago aquí!

Al poco apareció él con un vaso de agua. Me lo ofreció y antes de que pudiera dar un sorbo nuestras bocas se retorcían en una locura transitoria. Dejé el vaso de agua sobre la mesa sin mirar y nos arrastramos hasta la habitación. Intenté echarle un vistazo asomándome tras su cara mientras nos besábamos. Nos estiramos en la cama y noté la atenta mirada de su mujer clavada en mi espalda desnuda observándonos desde la pared. Sonreía a cámara con un vestido blanco reluciente mientras se sujetaba la corona de recién casada. Intenté imaginarme en otro contexto y me escabullí entre las sábanas.

Al día siguiente salí de su piso con un halo de remordimiento y de emoción que me persiguió todo el día. Al poco recibí un mensaje en el móvil, ¿dónde andas?. Le respondí que al lado de su casa, ¿ya me echas de menos?. Desde entonces no le he vuelto a ver. Yo empecé mi nuevo trabajo en una nueva ciudad y me olvidé del tema. Poco después supe que se divorciaron tras nuestra noche de locura y por una vez me sentí parte de una telenovela. Para entonces yo ya había tomado la decisión de no casarme hasta los 40.

2 comentarios:

  1. Hum... sencillamente genial. Engancha sin darte cuenta. Enhorabuena por el blog!

    ResponderEliminar
  2. transmite mucho! el lector se mete en la historia rapidamente... como si me hubiese pasado a mi :)

    ResponderEliminar